martes, 28 de octubre de 2014

Más que oír, escucha



Escuchar con atención no es solo un buen modal, es también una manera de ser empático y gentil. Por lo general, las personas se preocupan por hablar y lograr que sus oyentes se interesen por lo que dicen, pero cuando es el turno de la otra persona, pueden interrumpirla antes de dar por terminadas sus palabras o demostrar desinterés en ellas.
Ambas situaciones son propias de un pésimo oyente y, casi casi, el pan nuestro de cada día; si es tu caso, entérate como deshacerte ya de estos malos hábitos.

Mantén el contacto visual
Mantener el contacto visual es clave para hacerle saber a la persona que estas realmente interesado en lo que dice, y así establecer una adecuada y amena relación hablante-oyente.
Evita caer en elementos de distracción mientras escuches a la otra persona (deja de mirar el celular, la ventana, la televisión...) y procura no asentir con la cabeza constantemente, ya que aunque parece un gesto de interés y entendimiento del tema, a veces es un movimiento automático que descubre lo contrario.

Cero interrupciones
Es frecuente interrumpir la conversación, para completar frases o retomar nuestro discurso. Al hacerlo, el interlocutor se ve forzado a terminar de forma apresurada lo que venía diciendo o pierde el hilo de la conversación.
Intenta escuchar y espera a que la otra persona termine de hablar, ¡ah! y descarta la excusa "es que después se me olvida lo que iba a decir".

Presta atención
Si respondes  con una pregunta o comentario que no viene al caso o que en nada se relaciona con el diálogo, es probable que quedes como una desubicada o que te hagan la famosa pregunta "¿no me estás parando b....?" Escucha con atención antes de hablar.

Buen tono
No es necesario que subas la voz para atraer la atención de los oyentes, y menos aun si lo haces cuando todavía la otra persona no ha terminado de hablar. En el primer caso puedes proyectar una imagen poco amable, y en el segundo puedes rayar en la vulgaridad.
El tono de voz es importante, cuida de no subirlo exageradamente y tampoco lo bajes demasiado, encuentra el equilibrio.


martes, 27 de mayo de 2014

La autocrítica






La palabra crítica se refiere a la censura de las acciones y conductas de otro individuo, la autocrítica entonces puede definirse como el reconocimiento de las propias acciones y conductas erradas.

Por lo general, la autocrítica está cargada de un significado positivo, ya que se piensa que al criticarse a sí mismo se es lo suficientemente maduro y responsable para asumir los desaciertos en la vida, pero ¡ojo! esta concepción no es del todo cierta, juzgarte a ti mismo puede ser más negativo de lo que piensas.

Flexibilidad y responsabilidad 
En lugar de criticarte a ti mismo, es más sano practicar la aceptación de los propios errores como hechos ineludibles inherentes a la naturaleza humada. Es decir, hacerle honor a la frase “Todos somos imperfectos”, ya que, aunque trillado, es cierto, todos somos imperfectos.
La autocrítica se diferencia de la aceptación de los traspiés, porque la primera apunta más a la censura del propio proceder, con la consecuente desmoralización, mientras que la segunda hace referencia a la humildad que representa reconocer los propios defectos y tener la intención de trabajar en el mejoramiento de ellos.
En definitiva, la clave está en qué tan dócil seas contigo mismo. Mientras mas inflexible, más difícil será la tarea de admitir tus debilidades y fortalezas. ¡Tómatelo con calma! eso sí, preferir la aceptación antes que la a la autocrítica no quiere decir que tengas luz verde  para recaer en los mismos errores una y otra vez, descartando toda acción rectificadora. Cuando esto ocurre, las actitudes y acciones equivocadas suelen verse como normales, y por esta razón se repiten sin ningún sentimiento de culpa.
En este sentido, la responsabilidad juega un papel importante para estimular tu independencia y crecimiento tanto psicológico como emocional. En conclusión, no te autocritiques, reconoce tus actos y asume sus consecuencias. Nada más.